FRAY MIGUEL DE GUEVARA, POETA BARROCO MEXICANO OLVIDADO
El siglo XIX, y más concretamente el romanticismo, revaloró la
estética barroca y a partir de ese momento muchos autores y obras de aquellos
tiempos se leyeron con interés y sorpresa, porque superados los prejuicios
neoclásicos, se pudo ver la gran calidad literaria que los excesos barrocos
contenían. Desde entonces se “descubrió” la belleza culterana de Góngora, la
inteligencia deslumbrante de Quevedo, etc.
De este modo, se empezaron a publicar muchas obras que despertaban
el interés del público lector y que habían sido olvidadas. Así, al finalizar el
siglo XIX, se publicó un soneto que de inmediato pasaría a la fama, no sólo en
los países hispanohablantes, sino en muchas otras naciones interesadas en la
cultura hispánica, incluso fue traducido a la mayoría de las lenguas cultas con
grandes elogios. Desde entonces goza de gran prestigio y es reputado como uno
de los más famosos y valiosos sonetos de la lengua española.
Dicho poema es conocido con el nombre “A Cristo crucificado” o
también se le reconoce e identifica por el primero de sus versos: “No me mueve,
mi Dios, para quererte”. Desde aquellas ya lejanas fechas de fines del siglo
XIX se dijo que el autor era desconocido, pero algunos filólogos arriesgaron
algunas autorías y así, fue atribuido con más o menos fortuna a San Juan de
Ávila, a San Francisco Xavier, a Santa Teresa de Jesús, a San Ignacio de
Loyola, entre otros, por no nombrar algunos personajes desconocidos, a quienes
también se les ha atribuido la autoría[1].
En general, las causas por las cuales se atribuyó la autoría del
dicho poema a los religiosos antes aludidos se deben a que éstos escribieron
poesía en el siglo XVI, no obstante, fuera del tema tratado por el poema, no
hay ninguna evidencia que pruebe que el soneto se haya escrito en ese siglo,
durante los años del florecimiento de la poesía mística española.
Marcelino Menéndez y Pelayo, con su ingente autoridad, reconoció en
1881, en el discurso de ingreso a la Academia Española, que no era posible
saber quién había escrito tan afamado poema, y que no quedaba más que aceptar
que el autor era desconocido y que quizá, sólo en un futuro, se podría
descubrir quién fue el afortunado autor de celebérrimos versos. Estas son las
palabras textuales de Menéndez y Pelayo:
En cuanto al célebre soneto “No me mueve
mi Dios para quererte”, que en muchos devocionarios anda a nombre de Santa
Teresa, y en otros a nombre de San Francisco Javier (que apuntó una idea muy
semejante en una de sus obras latinas), sabido es que no hay el más leve
fundamento para atribuirle tan alto origen; y a pesar de su belleza poética, y
de lo fervoroso y delicado del pensamiento (que, mal entendido por los
quietistas franceses, les sirvió de texto para su teoría del amor puro y
desinteresado), hemos de resignarnos a tenerle por obra de algún fraile oscuro,
cuyo nombre quizá nos revelen futuras investigaciones (Varios Autores, 1888, p.
41).
El nombre de dicho fraile oscuro fue revelado treinta y cuatro años
después. El académico mexicano, Alberto María Carreño, publicó en 1915 un libro
titulado Joyas literarias del siglo XVII
encontradas en México en el que hace una minuciosa investigación y
demostración de quién fue el autor de dicho poema. Estos versos los encontró en
un manuscrito titulado Arte doctrinal y
modo general para aprender la lengua matlalzinga fechado
en 1638. El autor de éste es el fraile de la Orden de San Agustín, de la
Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán, fray Miguel de Guevara, que
vivió a finales del siglo XVI y la primera mitad del XVII. Así describe Carreño
su descubrimiento del poema y de quién fue su autor:
Entre los valiosísimos manuscritos que
posee la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la más antigua, y tal
vez la más respetable de nuestras corporaciones científicas, uno hay que tiene
esta portada: “Arte Doctrinal i modo Gl. Para aprender la lengua Matlaltzinga, Para
administración de los sanctos sacramentos asi Para conffesar, cassar i
Predicarla con la Difiniscion de sacramentis Y demás cossas nesesarias Para
Ablarla i entenderla Por el modo mas ordinario Y versado común i Glmte. Para no
Ofuscarse en su inteligencia.
“Hecho Y ordenado Por
el Padre Fray Miguel de Gueuara Ministro Predicador i
Operario Euangelico en las tres Lenguas q Glmente corren Mexicana Tharasca y
Matlatzinga en esta Prouincia de Michhuacan. Prior actual Del conuento de
Sntiago Athatzithaquaro. Año de 1638”
Preparábame a estudiarlo a fin de escribir el respectivo prólogo antes de
darlo a las prensas, como he hecho con los demás manuscritos que he publicado,
cuando hallé en la hoja 8 (El MS. no está paginado) el soneto famoso: ‘No me
mueve, mi Dios, para quererte’. (Carreño, 1915, p. 7).
No debe sorprendernos este título tan
largo que acabamos de citar, porque como sabemos, en aquellos tiempos era
costumbre generalizada utilizar títulos descriptivos. Por otro lado, hay que
pensar que estos párrafos que acabamos de citar, más que un título, reúnen un
texto que permite identificar el paquete en que se encuentra resguardado el
legajo en cuestión. Sea como fuere, para Carreño, el descubrimiento pasó
inadvertido en un primer momento; con el paso de los días y una posterior
reflexión, entendió el significado último que tenía tal hallazgo. Así lo
explica:
He de confesar que en el primer momento
no llamó mi atención; hace más de cien años que el soneto ha sido reputado obra
del Siglo de Oro de la literatura hispana. El MS. pertenece al siglo XVII y no
era extraño que aquel fraile lingüista lo hubiera copiado en su estudio, ora lo
hubiera escrito San Francisco Javier en alguno de aquellos momentos en que
sentía abrasársele el pecho en el divino amor, ora hubiera brotado de la
exquisita pluma de Sta. Teresa antes de que ésta se hundiera en alguno de sus
arrobamientos místicos, o bien lo hubiera compuesto el célebre creador de la
Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, que allá en sus mocedades, al decir
de algunos de sus biógrafos, dio remate a varias composiciones poéticas.
Aquella indiferencia no duró, sin
embargo, mucho tiempo. Conforme avanzaba la lectura del manuscrito, crecía mi
admiración por el poeta que había logrado consignar en el papel los
pensamientos religiosos de su alma; y para mí resultaba de dos cosas una: Fray
Miguel de Guevara era un gran devoto, aficionado a copiar hermosas composiciones
místicas, o aquellas composiciones eran suyas y él era un gran poeta. ¿Pero el
soneto aquel sería suyo también? En mi espíritu surgió, por fin, la duda al
recordar que todavía en época reciente, Menéndez y Pelayo, el crítico e
investigador literario más sagaz que produjo el siglo XIX, en la Antología
donde publicó Las Cien Mejores Poesías Castellanas, consideró tal soneto de autor anónimo.
Y ¿por qué no? me dije entonces, aunque
al expresar este pensamiento a algunos distinguidísimos amigos míos claramente
me mostraron su incredulidad (Carreño, 1915, p. 8-9).
En más de trescientas páginas el sabio mexicano va organizando su
exposición, que al final de la lectura y reflexión, no puede uno sino aceptar
con él, que el autor no puede ser otro que el mismo escritor del manuscrito:
fray Miguel de Guevara. Con él concluimos –después que ha desmontado todas las
posibles objeciones en contra– que fray Miguel de Guevara es el autor de tan
afamado poema. Así reza una de sus conclusiones:
Hasta donde mi modesta investigación
alcanza, puedo decir con la convicción de quien de veras busca la verdad, que,
a mi juicio, ninguna de las composiciones amparadas bajo el nombre de Fr.
Miguel de Guevara, y que acompañan al soneto ‘No me mueve, mi Dios, para
quererte’ ha sido publicada por otro diverso escritor, y que dado que el autor
del Arte Doctrinal declárase también autor de aquellas
composiciones poéticas, debemos tenerlas por suyas, mientras no exista prueba
plena de lo contrario (Carreño, 1915, p. 182-183).
En efecto, creo que el punto de partida de toda conclusión respecto
de esta cuestión debe ser el de que, mientras no haya otro poeta que se reclame
autor del mismo, y en la medida en que hay sobrados argumentos para sostener
que dicho poema incluido en el manuscrito no puede ser de otro autor, sino de
quien lo transcribe, como transcribe otros varios poemas de gran factura, y
ninguno hasta el momento ha sido reclamado por otro poeta, es de pensar sensato
que quien los transcribió en esa obra lingüística, no es un mero amanuense,
sino su verdadero autor.
Sin embargo, la obra del académico mexicano abrió una polémica en
la que, con frecuencia, se ha regateado mezquinamente la autoría del agustino
mexicano y se insiste que debe pasar dicho famoso poema como obra anónima. A
pesar de que la edición del libro del señor Carreño, Joyas literarias del siglo XVII encontradas en México, tuvo una
pequeña edición de quinientos ejemplares, éstos pronto fueron leídos con
interés. Uno de los primeros detractores fue el académico mexicano Francisco
Fernández del Castillo, quien encontró en el Archivo General de la Nación un
expediente de la Santa Inquisición, en el que se habla escandalosamente del
fraile agustino Miguel de Guevara, por esta razón Fernández del Castillo
sostiene que le parecía poco probable que un espíritu poco piadoso pudiera
llegar a tales vuelos de inspiración, que Guevara le parecía un crapuloso[2].
En términos generales los especialistas de ambos mundos se
dividieron ante la novedosa idea. Algunos españoles la apoyaron y otros la
rechazaron; igualmente sucedió en América; en el caso particular de México,
tuvo varios detractores, que pensaron ser las ideas de Carreño temerarias
afirmaciones. En nuestra América recibieron bien las ideas del mexicano el
prestigiado filólogo colombiano, académico de la lengua y ministro de educación
de su país, Antonio Gómez Restrepo; cuando recibió el libro del mexicano, lo
leyó con suma simpatía y publicó de inmediato elogiosos comentarios para la
idea propuesta por Carreño. En cambio, en Chile, se publicó en el Boletín de la Academia Chilena, un
artículo titulado “A propósito del soneto anónimo A Cristo crucificado…” en el cual se rechaza la validez de la idea
de Carreño y se concluye:
No es posible aceptar como un hecho
cierto algo que no tiene aún, para ser confirmado, pruebas indiscutibles. Lo
más prudente, hasta la fecha en que damos término a estas páginas, es seguir
considerando el Soneto A Cristo Crucificado como de autor Anónimo (Iglesias,
1970, p. 274).
No se dio una división entre naciones (mexicanos contra españoles),
sino, curiosamente, una división entre órdenes religiosas. En efecto, varios
especialistas de la lengua española de la Compañía de Jesús, así como algún
franciscano, se negaron a aceptar la idea de Carreño, defendiendo el lauro del
mérito literario de dicho soneto para algún miembro de su orden religiosa,
mientras que los agustinos recibieron con plácemes la hipótesis de trabajo del
académico mexicano.
Así pues, la comunidad intelectual hispana de principios del siglo
XX quedó fragmentada. Unos apoyaron que el soneto era del fraile agustino,
otros que era de algún santo jesuita, otros que era de un Hermano Menor y otros
se mantuvieron en la idea de que el poema debe ser considerado anónimo. Por su
parte, Alberto María Carreño recibió muy alegre las felicitaciones de su
deslumbrante estudio y encajó con donaire las diatribas y descalificaciones; no
obstante, su hipótesis quedó fuertemente cuestionada cuando un fraile
franciscano de España informó que ese poema había sido publicado en el país
ibérico diez años antes de que Guevara realizara su manuscrito, es decir, en
1628.
Sucedió que Atanasio López OFM, que leyera el libro de Carreño, y
que ya se aprestaba a realizar una reseña de este en la revista El Eco Franciscano conoció a Gerardo de
San Juan de la Cruz Carm. D. a quien le habló del
libro del mexicano, así como las conclusiones que Carreño había hecho de que el
famoso soneto “A Cristo crucificado” había sido escrito por el agustino
mexicano Miguel de Guevara y que existía un manuscrito realizado en 1638, que
lo probaba. El padre carmelita, especialista en la obra de San Juan de la Cruz,
repuso que eso no era posible, dijo que el agustino mexicano no podía ser el
autor de ese poema puesto que él había conocido recientemente un pequeño libro
publicado en 1628 en el que aparecía tan afamado soneto.
El hallazgo del padre Gerardo sucedió de la siguiente manera.
Investigando para su edición de las obras completas de San Juan de la Cruz,
había descubierto que un oscuro presbítero madrileño del siglo XVII y doctor en
cánones había escrito algunos comentarios sobre el poema “Noche obscura” del
santo carmelita; el dicho religioso se llamó Antonio Rojas, quien había
publicado algunos libros. El padre carmelita se puso a investigar en las
bibliotecas y encontró varios libros, uno de ellos estaba en la Biblioteca de
San Isidro de Madrid, y que hoy forma parte de la biblioteca de la Universidad
Complutense de Madrid. Dicha obra se titula Vida
del Espíritu para tener oración y unión con Dios. Sacado de la experiencia de
los Santos, que en la contemplación echaron raíces. Sea para mayor gloria de
Dios, y provecho de las almas. Este pequeño libro (ciento treinta y tres
hojas) es una especie de guía para devotos no expertos que quieren practicar la
oración mental y los ejercicios espirituales; en la hoja ciento nueve aparece
(con pequeñas variantes) el famoso soneto sin aclararse quién es el autor.
Habría que decir de entrada, que el doctor Antonio Rojas no era poeta, sino
prosista.
Tras la charla entre el carmelita y el franciscano, este segundo
realizó su trabajo sobre el libro del académico mexicano y lo publicó en la ya
mencionada revista El Eco Franciscano
en su edición del quince de agosto de 1916. En dicho artículo fray Atanasio
López afirma cosas como:
El estudio que el señor Carreño hace acerca
de fray Pedro de los Reyes[3]
(página ciento treinta y siete y siguientes) es más flojo que los anteriores y
las razones que alega para negarle la paternidad del soneto son las mismas que
presentó en la Revue Hispanique el señor Fulché
Delbosc (López, 1916, p. 439).
El padre López, después de mostrar así su inconformidad por la
descalificación de su hermano franciscano, se dirige en las líneas siguientes a
descalificar la hipótesis de Carreño; afirma:
El Sr. Carreño nos presenta como autor
del soneto al agustino fray Miguel de Guevara que en el año 1638 terminó de
escribir el Arte doctrinal para aprender la lengua Matlalzinga, en la cual aparece el famoso soneto.
El autor de Joyas literarias hace esfuerzos para demostrar que dicho soneto no desdice de otras
composiciones poéticas indubitablemente de fray Miguel de Guevara, pero las
razones que presenta a favor de éste no tienen valor.
Recurre con frecuencia a suposiciones algo extrañas, como las que se refieren
al modo en que llegó a conocerse el soneto en Europa, Filipinas y Japón […] Nos
complacemos en manifestar nuestra admiración al señor Carreño, pero a pesar de
todo debemos manifestar que la cuestión sobre el verdadero autor del soneto “No
me mueve mi Dios parra quererte”, no queda más resuelta, y creemos que fray
Miguel de Guevara debe ser descartado de entre los presuntos autores del mismo
(López, 1916, p. 439-440).
Así las cosas, el académico mexicano tuvo que responder a tan duro
cuestionamiento, que parecía echaba por tierra su hipótesis. Era incuestionable
que había que atender la observación de que, si dicho poema había sido
publicado por primera vez en España, diez años antes de que el manuscrito
mexicano existiera, era posible que en efecto el autor del soneto no fuera fray
Miguel de Guevara ¿entonces quién? De entrada, se descartaba al doctor Antonio
Rojas, que se sabía no era poeta y que la inclusión del poema en su librito
devoto implicaba que él lo había tomado de otro lugar, pero ¿de dónde?
En 1921 Alberto María Carreño publicó un pequeño libro titulado Fray Miguel de Guevara. Un poeta del siglo
XVII, una denuncia y un inquisidor del siglo XX. En él, da respuesta al
cuestionamiento que se le plantea a su teoría y amplía un poco más los escasos
datos biográficos que se tienen del agustino michoacano. Esta obrita está
constituida por dos extensas cartas que el polígrafo mexicano dirige a dos amigos,
a uno para agradecerle los comentarios favorables que han hecho de su libro Joyas literarias, y al otro para debatir
la acusación que se hiciera contra Guevara ante la Inquisición.
En las páginas de esta obra Carreño defiende su teoría, afirmando
indirectamente, que el poema debió llegar a manos del doctor Rojas en calidad
de manuscrito anónimo, que el autor del poema es sin duda fray Miguel de
Guevara, que el poema se había copiado en la Nueva España muchas veces, que los
amanuenses improvisados y descuidados habían introducido torpemente algunas
modificaciones, que el poema debió haberse escrito mucho antes de que existiera
el manuscrito, como ya lo había sostenido en Joyas literarias, y que debió haber viajado en calidad de copia
manuscrita, no sólo hacia España, sino al resto de las colonias americanas, e
incluso hacia Filipinas. Por otro lado, sostiene que ese fenómeno (el viaje de
los manuscritos) no es en nada una novedad, sino práctica frecuente en el
periodo colonial de América; cuenta dos casos: la publicación, en el Nuevo
Reino de Granada (Colombia) del poemario Mirra
dulce del poeta mexicano Fernando Ruiz de León, que llegó a ser popular en
aquel reino, pero siempre fue desconocido en Nueva España. El otro caso es el
de la aparición en la Biblioteca Nacional de México de un manuscrito del padre
Calancha, religioso peruano del siglo XVIII que nunca estuvo en México.
Abundando en su defensa, Carreño afirma que su hipótesis se
sostiene en siete afirmaciones o conclusiones y que la noticia de fray Atanasio
sólo cuestiona parte de la primera: “La argumentación de los PP. López y Restrepo
destruye solamente la parte final de la primera de mis conclusiones, y deja en
pie todas las demás” (Carreño, 1921, p. 22).
Las siete afirmaciones de Carreño son:
I.
Porque el solo Códice hasta hoy conocido, es el que posee la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, original de Fr. Miguel de Guevara, y que
lleva la fecha de 1638, antes de la cual no existe huella ni noticia alguna
respecto del soneto.
II.
Porque ha quedado demostrado que no fue escrito por ninguno de los
santos a quienes impropiamente ha sido atribuido, ni hay fundamento para
juzgarlo obra del siglo XVI; y antes todo indica que debe tenérsele como
correspondiente al siglo XVII.
III.
Porque las composiciones consagradas por Guevara a su Arte lo acreditan
no sólo de hábil versificador, sino de pensador profundo y de sentido poeta.
IV.
Porque independientemente de las composiciones especialmente
consagradas a su Arte, su libro contiene otras entre las cuales se halla el
soneto y que, a no dudarlo, son también del propio Guevara.
V.
Porque la factura de todas estas composiciones revela que ellas son
producto igual al soneto, con el que están en consonancia por el fondo y por la
forma, y no permiten dudar de que son obras del mismo autor.
VI.
Porque la cultura general de los hombres de letras de la Nueva España y
especialmente de los frailes agustinos en la época en que Guevara escribió su
libro, justifica del todo la aptitud del mismo Guevara para componer el soneto.
VII.
Porque Guevara da el soneto como obra suya, no obstante que fue
demasiado cuidadoso para expresar de modo claro cuáles trabajos de los que
comprende su libro no salieron de su pluma (Carreño, 1921, p. 21-22).
Por ende, planteada su defensa, no puede uno sino concluir que
Carreño tiene razón: que mientras no haya otro poeta que, a través de los
documentos reclame la autoría del poema, podemos seguir teniendo a fray Miguel
de Guevara como autor posible del mismo. Y así se lo hicieron saber sus amigos
y allegados, que desde un primer momento aceptaron su teoría, y que la
revelación hecha por fray Ambrosio López, si bien planteaba un problema arduo,
no dejaba de continuar siendo, en principio, válida la hipótesis del académico
mexicano. En una carta privada el estudioso español, padre Eusebio Negrete, le
confiesa al mexicano su más profundo sentir:
Si usted se fija bien en el sentido
interno de mis palabras, deducirá que, en realidad de verdad, la consecuencia
es ésta: que no hay pruebas irrebatibles de que Guevara sea el autor del soneto
PERO QUE HASTA AHORA NADIE PUEDE PRESENTAR MEJORES DERECHOS A LA PATERNIDAD QUE
NUESTRO AGUSTINO. Otras consideraciones y cargos de mis artículos creo que han
de merecer su aprobación y satisfacerlo, y aun sospecho que tal vez puedan
ponerle en antecedentes que no conozca (Carreño, 1921, p. 89).
En fin, que es necesario concluir ya este breve repaso de la
polémica en torno a la figura de fray Miguel de Guevara y el soneto “No me
mueve mi Dios para quererte”. Y tratando de tener una visión de conjunto del
asunto tendría que decir que aquello fue una polémica que se dio más bien hacia
la segunda y tercera década del siglo veinte, que ya han pasado cien años y los
protagonistas de la misma han fallecido, por ello es que hoy es posible tratar
de hacer un balance, y éste dirá que en términos generales la hipótesis de que
el autor del famoso soneto es fray Miguel de Guevara se ha ido consolidando;
tanto en México como en los otros países de habla hispana hay una tendencia a
reconocer tal hecho.
A estas conclusiones, de ser Guevara el autor de tal soneto, se
vino a sumar a mediados del siglo XX, las opiniones del polígrafo Alfonso
Méndez Plancarte, que en su antología de los poetas novohispanos[4]
sostuvo en todo y añadió nuevos argumentos en favor de la idea de Carreño.
Sólo quedan unos pocos que se resisten, pero casi siempre son
rescoldos producidos por falta de conocimiento de quien decide entrar a hablar
del asunto pero que no conoce el tema a fondo. Por ejemplo, es posible
encontrar páginas de internet en que se sostiene que el autor es San Juan de
Ávila, evidenciándose con ello que en las redes sociales surgen muchos
improvisados que son capaces de hacer las más temerarias afirmaciones, sin
tener para ello sustento alguno.
Para terminar sólo me queda incluir este famoso poema por si alguno
de nuestros lectores no lo recuerda ahora.
No me mueve, mi Dios, para
quererte,
el Cielo que me tienes
prometido,
ni me mueve el Infierno tan
temido,
para dejar por eso de
ofenderte.
Tú me mueves, Señor. Muéveme
el verte
clavado en una cruz y
escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo
tan herido,
muévenme tus afrentas, y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y
en tal manera,
que, aunque no hubiera
Cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera
Infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque
te quiera,
pues, aunque lo que espero
no esperara,
lo mismo que te quiero te
quisiera.
Bibliografía
CARREÑO, Alberto María, Fray
Miguel de Guevara, Un poeta del siglo XVII, una denuncia y un inquisidor del
siglo XX, México, Librería de Pedro Robredo, 1921.
CARREÑO, Alberto María. Joyas
literarias del siglo XVII encontradas en México, México: Imprenta Franco-Mexicana, 1915.
GÓMEZ RESTREPO, Antonio, “Carta del Señor Don Antonio Gómez
Restrepo” en Revista del Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario, Bogotá, 1920.
IGLESIAS, Augusto, “A propósito del soneto anónimo A Cristo crucificado y algunas
apostillas sobre el misticismo literario español en sus vinculaciones con el Manierismo americano” en Boletín de la Academia Chilena
Correspondiente de la Real Española, Santiago de
Chile, Número 59, 1970.
LÓPEZ, Atanasio, “Joyas literarias del siglo XVII encontradas en
México” en El Eco Franciscano, Santiago de Compostela, N°550, 1916.
MÉNDEZ PLANCARTE, Alfonso [ed.]. Poetas novohispanos “Primer Siglo (1521-1621)”, México, UNAM, 1964.
MURCIANO, Carlos, “Memoria de Guevara” en ABC, “El gran periódico español”, Madrid, 1986.
VARIOS AUTORES, Discursos, Madrid:
Imprenta de F. Maroto e hijos, 1888.
[1]Entre otros afamados filólogos que cuestionan que la autoría de
este soneto sea alguno de los místicos aquí referidos, se encuentra don Alfonso
Méndez Plancarte, que en su reconocida antología de los poetas novohispanos
afirma que: “El aludido soneto a ‘Cristo crucificado’ suele correr como de San
Francisco Javier, Santa Teresa, San Ignacio o Fray Pedro de los Reyes; pero
‘sabido es que no hay el más leve fundamento’ para esas atribuciones” (Méndez,
1964, p. XLIX).
[2] Estas son las palabras textuales de Fernández del Castillo: “No se
puede comprender que el famoso soneto, que debió haber sido escrito por un
místico, se debiera a la pluma de un crapuloso como Guevara. Para la concepción
de ideas tan bellas, es preciso respirar otro ambiente y no en el que se
encenegaba Fray Miguel” (Carreño, 1921, p. 36).
No perdamos de vista que Fernández del Castillo no considera
que ese expediente inquisitorial más que hablar de la vida desordenada de fray
Miguel de Guevara habla de los muchos conflictos que hubo al finalizar el siglo
XVI y empezar el XVII en que los criollos disputaron a los peninsulares el
poder gobernar sus provincias religiosas. Tanto agustinos como dominicos y
franciscanos cayeron en esos pleitos. Guevara era criollo y peleó por el
derecho de gobernar la provincia agustina de Michoacán. Los peninsulares
(siempre en minoría comparados con los criollos) respondieron como pudieron, y
si eso implicaba hacer un proceso inquisitorial, pues no se detenían; no fue
Guevara el único que se vio envuelto en escándalos; por ejemplo, el afamado
franciscano Bernardino de Sahagún fue perseguido por aliarse a los criollos y
le requisaron sus manuscritos; entre otras causas, este fue el motivo por el
que por muchos años, siglos, su obra no fuera dada a la imprenta.
[3] Fraile franciscano a quien se solía mencionar como posible autor
del soneto.
[4] Me refiero por supuesto a la antología Poetas novohispanos
editada por la Unam. Vid infra la bibliografía.